Comentario
El año 622, año de la Hégira, pone las bases del estado islámico a través de la Constitución de Medina. La base legal del recién nacido Estado es el Corán. Alláh, todopoderoso y omnipotente, nombraba en la Tierra una serie de lugartenientes como forma de gobierno del pueblo árabe, si bien no precisaba quien se haría cargo de éste tras la desaparición del Profeta, lo que obligó a una posterior elaboración jurídico-religiosa. Los hadices hicieron notar la necesidad de nombrar un soberano, califa o imam que gobernase el pueblo musulmán.
El poder político se basa en la total fidelidad de la comunidad de fieles a su rector. Muhammad, el Profeta, era al mismo tiempo hombre de estado. Con la muerte del Profeta en el año 632, este ideal político también desapareció. Sus sucesores improvisaron una monarquía electiva, recayendo en cuatro de sus allegados, los denominados Califas Ortodoxos que gobernaron hasta el 660, año de acceso al poder de los omeyas, siendo éstos derrocados en el año 750 a manos de la dinastía abbasí.
Con la muerte de Muhammad, pronto se abrieron una serie de guerras intestinas por hacerse con el control político; los shiíes sólo aceptaban a descendientes directos del Profeta, mientras los jariyíes no requerían como condición para gobernar un determinado linaje, sino ciertas cualidades personales del candidato; por otro lado, el Islam "ortodoxo" o sunní pensaba que solamente aquellos que pertenecían a la tribu del profeta (los Qurays) tenían el derecho a gobernar. La situación devino en una serie de enfrentamientos que quebraron la unidad inicial e, incluso en el siglo X, coexistieron tres califatos a la vez: abbasíes en Bagdad, fatimíes en Tunicia y omeyas en Córdoba.